Nada más celebrar la Navidad, la liturgia nos introduce en esta fiesta de la Sagrada Familia. Tiene un profundo significado: Al entrar en este mundo, el Verbo lo renueva todo; al hacerse hombre, sana y regenera todo lo humano. También la familia. Al sanar el corazón humano, herido por el pecado, Cristo hace posible una familia nueva.Los valores naturales de la familia no son anulados. Todo lo contrario. La gracia de Cristo los purifica, los potencia, los eleva. Las virtudes que el Espíritu de Cristo siembra en el corazón humano hacen posible vivir de una manera nueva el misterio de la familia. La misericordia, la bondad, la dulzura, la humildad, el perdón, el amor, la unidad, la paz son fruto del Espíritu Santo. Vividas a semejanza de Cristo, hacen que la familia cristiana sea reflejo de la familia de Nazaret y –más aún– de la Trinidad misma.
En el mundo actual, cuando la familia se deteriora por momentos, es más necesario que nunca contemplar a la Sagrada Familia para comprender que la familia sólo en Cristo puede realizar su ideal, pues sólo él une, da cohesión y hace a cada uno capaz de amar generosamente, de perdonar, de darse sin medida, de comprender. Sin Cristo, el hombre y la familia, dejados a su debilidad, sucumben. “El que escucha la palabra de Dios y la cumple, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre” (Lc 8,21).
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